¿Qué hubiese sido de la vieja y conocida leyenda del
pastor trashumante sin la flor melífera de las salinas?
Por suerte el destino quiso
que Abelardo Reina encontrara en la inmensidad blanca
a aquel pequeño insecto posado sobre los coloridos pétalos de una flor y se dispusiera
a seguirlo pues pensó: “éste sabe dónde está el agua”. Acostumbrado
como estaba a buscar permanentemente agua y pastos para criar a sus cabras supo
enseguida que ese pequeño ser podría guiarlo en su incansable búsqueda del
vergel.
Así fue como días más tarde llegó a un valle donde pudo saciar su sed y alimentar a su ganado. Es el lugar adecuado, el fin del viaje, pensó; y se tumbó a descansar a la sombra de un algarrobo. Desde allí comenzó a escuchar un zumbido escandaloso que provenía de un hueco en el tronco del árbol. Otra vez aquel insecto de las salinas ahora multiplicado en miles; apretujados unos sobre otros custodiaban un secreto...
Desde entonces Abelardo se propuso estudiar cada día a estos insectos que despertaban su curiosidad y, con ayuda del tiempo, logró develar el secreto que con tanto celo guardaban.
Así fue como días más tarde llegó a un valle donde pudo saciar su sed y alimentar a su ganado. Es el lugar adecuado, el fin del viaje, pensó; y se tumbó a descansar a la sombra de un algarrobo. Desde allí comenzó a escuchar un zumbido escandaloso que provenía de un hueco en el tronco del árbol. Otra vez aquel insecto de las salinas ahora multiplicado en miles; apretujados unos sobre otros custodiaban un secreto...
Desde entonces Abelardo se propuso estudiar cada día a estos insectos que despertaban su curiosidad y, con ayuda del tiempo, logró develar el secreto que con tanto celo guardaban.
Dicen los que saben que Abelardo Reina fue el primer apicultor sanmarqueño.
Los invito a imbuirse en el néctar de esta nueva
edición de la revista Reconocernos.